Elegí lo que quieras leer y te lo llevamos a tu casa

¿Cómo sobrellevás la muerte de un ser querido? ¿La sobrellevás? ¿Disfrazaste el dolor de autosuficiencia o te quedaste sumergido en el abismo de un sofá? ¿Decidiste “vivir” en la cama? ¿Escribiste sobre lo que te pasaba en esos días a modo de “vómito catártico”? ¿O elaboraste un diario para reconstruir (o construir) la vida de esa persona y, en cierto modo, tu vida?

Al protagonista no se le había ocurrido narrar su dolor. La idea surgió a raíz de una reunión por demás insólita. Entre el maremágnum de personajes extraños, una mujer le habló de Roland Barthes y de su Diario de un duelo. Que sepamos el nombre de nuestro protagonista mucho más adelante, no es un detalle menor: la figura del padre muerto es tan omnipresente como el dolor que lo agobia. Está desorientado… no sabe quién es… no puede nombrase a sí mismo... Escribir, además, lo ayuda a develar aspectos variopintos de su vida. Pero ojo, a pesar de que el duelo atraviesa toda su historia hay mucho sentido del humor. Precisamente, humor y dolor se entrelazan para enfrentar aquello que resulta insoportable, agobiante, demoledor, difícil de nombrar: la ausencia.

Para narrar a su papá, tiene que hablar de sus abuelos: sus tristezas y frustraciones; la dificultad para despojarse de la sensación (¿perenne?) de culpa. Eran de Polonia. Se fueron poco antes de que la Segunda Guerra arremetiera contra la vida de millones de personas. Pero una parte de su familia había quedado allá… Hay muertos que son un gran signo de pregunta, una herida de larga data que no deja de supurar. Vas a compartir su odisea (y la de su padre) para encontrar esos restos que, a mediados del siglo XX, fueron personas con proyectos, anhelos, miedos, sueños…  Su compañera es clave en este viaje a ese pasado tan presente.

El cine, la literatura, la música y el deporte forman una trama de lenguajes que te sumergen en un diálogo con personajes contemporáneos y de otros tiempos (esos que, aunque no están físicamente, sentís tan vivos…).

Te invito a que acompañes a nuestro protagonista en este intento emocionalmente titánico: atravesar los infinitos duelos para que él, sus recuerdos y sus muertos tengan (por fin) un descanso.

Felicitas Ilarregui

El álbum de los finales - Diego Mandelman

$18.177,00
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Al protagonista no se le había ocurrido narrar su dolor. La idea surgió a raíz de una reunión por demás insólita. Entre el maremágnum de personajes extraños, una mujer le habló de Roland Barthes y de su Diario de un duelo. Que sepamos el nombre de nuestro protagonista mucho más adelante, no es un detalle menor: la figura del padre muerto es tan omnipresente como el dolor que lo agobia. Está desorientado… no sabe quién es… no puede nombrase a sí mismo... Escribir, además, lo ayuda a develar aspectos variopintos de su vida. Pero ojo, a pesar de que el duelo atraviesa toda su historia hay mucho sentido del humor. Precisamente, humor y dolor se entrelazan para enfrentar aquello que resulta insoportable, agobiante, demoledor, difícil de nombrar: la ausencia.

Para narrar a su papá, tiene que hablar de sus abuelos: sus tristezas y frustraciones; la dificultad para despojarse de la sensación (¿perenne?) de culpa. Eran de Polonia. Se fueron poco antes de que la Segunda Guerra arremetiera contra la vida de millones de personas. Pero una parte de su familia había quedado allá… Hay muertos que son un gran signo de pregunta, una herida de larga data que no deja de supurar. Vas a compartir su odisea (y la de su padre) para encontrar esos restos que, a mediados del siglo XX, fueron personas con proyectos, anhelos, miedos, sueños…  Su compañera es clave en este viaje a ese pasado tan presente.

El cine, la literatura, la música y el deporte forman una trama de lenguajes que te sumergen en un diálogo con personajes contemporáneos y de otros tiempos (esos que, aunque no están físicamente, sentís tan vivos…).

Te invito a que acompañes a nuestro protagonista en este intento emocionalmente titánico: atravesar los infinitos duelos para que él, sus recuerdos y sus muertos tengan (por fin) un descanso.

Felicitas Ilarregui