Desviar el foco, mostrar aquello que no se quiere ver, dar voz a los silenciados es parte de la invitación que esta novela propone. 

La Negra, personaje principal, es una adolescente de una zona rural cercana a Las Cejas, típico pueblo de provincia norteña. La chica, vivaz y carismática, se enfrentará a las limitaciones y prejuicios que le impone su condición desde su natural e inocente altivez. Aspiraciones, deseos, cuestionamientos se irán entramando con la pobreza, la injusticia, la falta de oportunidades. 

Gracias al recurso del monólogo interior, que tan bien maneja la autora, podremos conocer a fondo la intimidad de la protagonista; ansias, miedos, dudas, su faz poética, su mirada de asombro, sus ganas de engullirse al mundo. 

La trama también se cuenta desde una mirada más neutral, porque asistimos con Cactus, a un trabajo con el lenguaje y los puntos de vista. 

Es la lengua la que se pone en funcionamiento para marcar rasgos propios del habla: se ve lo que se escucha, lo que la autora nos hace sonar. Dialectos e idiolectos, manejados con solidez y precisión, conforman la voz de una región marginada, que se intenta ocultar desde los sitios de mayor centralidad.

El desafío que enfrentan los personajes es el mismo que enfrentan los jóvenes de tantas regiones olvidadas al día de hoy. Inequidad, falta de oportunidades, impotencia se cruzan con el desarraigo y la vergüenza. Y si logran cambiar sus vidas, ¿cambiará su esencia? 

Un despliegue de candor y miserias. El testimonio de una niña que desborda de ilusiones y determinación, pero cuenta con los magros recursos de la pobreza. Un relato que sondea en las profundas contradicciones que nos habitan como individuos y como sociedad. Un escrito que nos interpela.

La Negra, en todo su ardor juvenil, tiene Sed. Esa sed que es motor de vida. Sed, parece ser la plegaria que subyace, esa invocación original, el imperativo divino.   

Como la luna que echa luz sobre la noche, esta novela.   

Bea Lunazzi