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En un universo poblado de historias y mitologías, dos personajes indómitos pretenden investirse chamanes de su pueblo. Por derecho de sangre o por mandatos ancestrales, batallarán entre sí para recrear un espacio mítico y circular, la ceremonia del Hain del pueblo selk´nam. 

El mito pone en duda la realidad. La despoja de los significados que damos por ciertos. La tierra cede sus anclas, los cielos del fin del mundo soplan helados vientos para entumecer a los mortales. 

La bruma empaña la memoria de los habitantes de una isla condenada a vivir al costado del pasado, entre la realidad, la ensoñación y el abandono. 

En La Cola del Dragón, allí donde la cordillera da la vuelta, personajes desbordados de realismo mágico, susurran, guardan secretos, conviven con espíritus, los wáiuwen de la niebla. 

Una estirpe de mujeres sostiene sobres sus espaldas las verdades y las mentiras, los agravios, el orgullo de su raza y mestizaje. Se tienen a sí mismas; tejen cestas de álamo blanco, preparan hierbas medicinales, leen cartas astrales y navegan contra las corrientes marinas plagadas de cosmogonías. 

Entre las páginas de El espíritu de la niebla, habitan los mares bravíos que trajeron los papiros de Homero, las ballenas de Melville, los fuegos de La tierra del fuego, de Silvia Iparraguirre, Las ruinas circulares de Borges, el faro de Julio Verne que alerta a los navegantes del fin de un mundo. Y la luna. 

«Pertenezco a la estirpe de aquellos que recorren el laberinto sin perder nunca el hilo de lino de la palabra», Sophía de Mello Breyner. Cita de otra cita, El infinito en un junco, de Irene Vallejo.

El espíritu de la niebla - Andrea Cisneros Cristina González

$24.000,00
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En un universo poblado de historias y mitologías, dos personajes indómitos pretenden investirse chamanes de su pueblo. Por derecho de sangre o por mandatos ancestrales, batallarán entre sí para recrear un espacio mítico y circular, la ceremonia del Hain del pueblo selk´nam. 

El mito pone en duda la realidad. La despoja de los significados que damos por ciertos. La tierra cede sus anclas, los cielos del fin del mundo soplan helados vientos para entumecer a los mortales. 

La bruma empaña la memoria de los habitantes de una isla condenada a vivir al costado del pasado, entre la realidad, la ensoñación y el abandono. 

En La Cola del Dragón, allí donde la cordillera da la vuelta, personajes desbordados de realismo mágico, susurran, guardan secretos, conviven con espíritus, los wáiuwen de la niebla. 

Una estirpe de mujeres sostiene sobres sus espaldas las verdades y las mentiras, los agravios, el orgullo de su raza y mestizaje. Se tienen a sí mismas; tejen cestas de álamo blanco, preparan hierbas medicinales, leen cartas astrales y navegan contra las corrientes marinas plagadas de cosmogonías. 

Entre las páginas de El espíritu de la niebla, habitan los mares bravíos que trajeron los papiros de Homero, las ballenas de Melville, los fuegos de La tierra del fuego, de Silvia Iparraguirre, Las ruinas circulares de Borges, el faro de Julio Verne que alerta a los navegantes del fin de un mundo. Y la luna. 

«Pertenezco a la estirpe de aquellos que recorren el laberinto sin perder nunca el hilo de lino de la palabra», Sophía de Mello Breyner. Cita de otra cita, El infinito en un junco, de Irene Vallejo.